Esteban Ascencio, Una vida comprometida con la literatura.

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El lugar donde nos recibe el escritor Esteban Ascencio se encuentra habitado por el espíritu de Don Quijote de la Mancha. En prácticamente todos los espacios, las figuras que representan al mítico caballero de la triste figura, enemigo de los molinos de viento, nos observan. También nos acompañan fotografías de Juan Rulfo y Ernesto Sabato. Se pueden observar por doquier libros, cientos de ellos, inevitable no encontrarse con alguno a cada paso. Más que un cuarto de trabajo es un auténtico “laboratorio de literatura.”

Su despacho es un laberinto; un mundo fabricado con hojas de papel, tomos engargolados, lapiceros, engrapadoras, fax, computadora, libreros y carpetas plásticas que aprisionan información concerniente a Laberintos Ediciones. De un librero cuelga la fotografía en blanco y negro del legendario luchador Mil Máscaras; en ella, luce imponente: la imagen se encuentra dedicada y autografiada. Y es que este deporte es una de las pasiones del maestro Ascencio, así lo demuestra la pequeña figura en plástico del gladiador Oro, atleta fallecido trágicamente en plena función en la década de los años noventa.

Esteban Ascencio nació un 6 de diciembre de 1965, en la ciudad de México. Es en la actualidad promotor de la lectura y editor. Sin duda, escribir es parte de su vida: en cada detalle, experiencia, recuerdo o conversación hay un encuentro con la palabra.

La Sociología como un principio…

—Antes de la literatura se decidió por la carrera de Sociología, ¿por qué razón? ¿Cómo fue esta experiencia?

—Fue una situación circunstancial, porque he de decir que entré a la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, con la intención de no estudiar absolutamente nada. Era llegar a la Facultad; más que consciente, inconsciente. Estaba perdido. Ingreso para estudiar Ciencias de la Comunicación, pero pronto me desilusiono y me voy a la Sociología. Hubo una especie de reencuentro, porque doy con los libros de manera absoluta. Algo que había interrumpido en el Colegio de Ciencias y Humanidades en el Plantel Vallejo, donde por primera vez empiezo a leer de manera importante. En realidad lo que fui a hacer a la Facultad, de algún modo, fue ir a leer. Nunca me propuse ser sociólogo, hasta la fecha nunca he trabajado como sociólogo; aunque hay quien dice que asoma cuando escribo, yo no lo veo así.

—¿Por qué lo desilusionó la carrera de Ciencias de la Comunicación?

—Tiene que ver conmigo, las Ciencias de la Comunicación no fueron el equívoco, fui yo quien se equivoco. Siempre he creído que comunicación nos lleva a lo ético, a lo verdadero. Entre el comunicador y el que lo escucha o lo lee, debe haber un entendimiento, luego entonces el servicio del comunicador a la sociedad tendrá un fruto serio e importante. Hoy que leo, mucha información publicada, tengo la impresión que es un documento que poca gente entiende.

—¿Por qué no consideró entonces estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras, si tiene vocación de escribir?

—Le diré que no sé si tenga vocación, pero lo cierto es que me levanto muy temprano a trabajar. Ahora que escribo, asumo que el oficio del escritor no es un asunto meramente de inspiración; yo paso el mayor tiempo posible de mi vida escribiendo, leyendo. Así que como decía Pablo Picasso: “Si en algún momento llega la inspiración, a mí que me encuentre trabajando.” No estudié Filosofía o Letras Españolas o Letras Inglesas, porque lo hice siendo ‘Autodidacta’. No tengo ningún título que me acredite como tal, pero soy autodidacta. De la Sociología, sé poco; de las Ciencias de la Comunicación, sé poco. Sin embargo los libros me han enseñado lo poquito que ahora entiendo.

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Disciplina e inspiración…

—¿Cómo es un día de trabajo en su vida? ¿Cuánto tiempo dedica a la escritura?

—Comienzo a trabajar entre las 5:20 y las 5:45 de la mañana. Digamos que inició a las 5:30, y dejo de trabar a las 8:30 de la mañana, todos los días, lo que alcance a escribir. Puedo escribir una cuartilla, una cuartilla y media, media cuartilla… aunque en ocasiones escribo nada: sólo algunas líneas en esas tres horas. Pero me parecen muy valiosas aunque sean pocas, pues descubro que me he pasado cavilando, lo digo con toda modestia, con sinceridad, aunque pensar parece poco, no lo es. Ya pensar me parece importante, deberíamos hacer ese ejercicio todos los días, pensar no desgasta. Después, despacho en Laberinto Ediciones. Respondo correos, leo todo lo relacionado a la editorial y por la tarde (a menudo) me encuentro con personas afines a la editorial, y otras tantas afines a Esteban Ascencio. Gracias a las invitaciones, a los viajes de algún modo les debo los amigos y los alumnos que me favorecen hoy con su amistad. Así es más o menos un día; y ya oscureciendo, dedico de una y dos horas a la lectura.

—Si lo debemos poner todo en una balanza, ¿para un escritor qué debe pesar más: disciplina o inspiración?

—Yo creo en la disciplina. (Ralph Waldo) Emerson decía que la inspiración, voy a ejemplificarlo con el índice y el pulgar, es algo así, no alcanza ni siquiera un centímetro. El trabajo es el resto. Es un poco lo que he planteado con el ejemplo de Picasso; así lo creo. Lo que hace a un escritor es el trabajo.

—¿Qué opina de los cursos de Creatividad Literaria o los cursos que se ostentan como la fórmula secreta para crear escritores?

Esto que usted dice obedece más a la mercadotecnia. No puedo imaginar a alguien con esa facultad; sería algo divino que pudiera hacer de una persona nada o poco letrada un escritor. Me resulta falso. Si bien es cierto, el escritor es de algún modo un “mentiroso” cuando escribe, no puede serlo una persona que se dedica a dar cursos o talleres de creación literaria. Es decir, ese sí sería un absoluto mentiroso: le miente a las personas que van a consultarlo acerca de cómo se escribe. Yo no sé si exista una fórmula o haya una técnica. Ayer mismo, en una charla, me preguntaban si yo tenía alguna fórmula o técnica. Conteste que si tenía una fórmula, era precisamente no tenerla; y si tengo una técnica, es no tenerla. ¿Cómo podría enseñarle a alguien cómo se escribe? Si existe alguna fórmula, y ésta es confiable, es: leer, leer, escribir, escribir y corregir, corregir. Y en algún momento, la lectura hará el paso siguiente, el oficio, y con éste, cuando uno menos lo espera, ya se está haciendo literatura. Luego entonces, sí podríamos aplicar lo que decía Macedonio Fernández: “Uno comienza a escribir cuando comienza a corregir.” No hay forma de detener esto.

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‘Me lo dijo Elena Poniatowska’, más que una entrevista…

—¿Recuerda ese momento en que comenzó a escribir por vez primera? ¿Qué redactaba en esa ocasión: un cuento, una novela, una biografía?

—Interesante pregunta. Yo siempre quise ser narrador; no sé si ahora lo he alcanzado, lo he de confesar. Lo primero que escribí fue: ‘Me lo dijo Elena Poniatowska.’ En realidad, ni siquiera yo lo escribí… me lo dijo Elena, como apunta el libro. Pero destaco algo del libro, que me parece digno de comentar: de la entrevista he hecho novela. “Lo que hace Esteban con las entrevistas es narrativa. Porque él con su pregunta, sale de todo el contexto. Entonces, deja al entrevistado decir su palabra, y por tanto, pasa de entrevistado a ser personaje.” Se comento alguna vez. Esto no sé qué tanto se realiza en México, pero yo me siento bien haciéndolo. Le diré también que eso lo apliqué de manera inconsciente.

—De esta charla que sostuvo con Elena Poniatowska, ¿qué aprendizaje rescata al haber convivido con un personaje de esta magnitud?

—Destaco de este libro, en particular, y por supuesto de la figura literaria indiscutible y apreciada, y siempre recordada por mí de Elena Poniatowska, es el error que no debe cometerse ante una figura como ella. Cuando llegué por primera vez a entrevistarla, no llevaba guión de preguntas. Entonces ella me pregunta por el guión, al escuchar que no lo traía, me sugiere que me retire, prometiendo que cuando trajera el guión comenzaríamos la entrevista. Comprendí entonces el valor supremo de la disciplina y, por supuesto, el respeto absoluto que se le debe tener a la persona apreciada por nosotros.

—Si usted debería defender su libro de Elena a capa y espada, con respecto a otras narrativas existentes en el periodismo y la literatura, ¿qué nos diría del aporte de su material, maestro Ascencio?

Bueno, defendería o diría que es el primer libro que se hace sobre la mujer llamada Elena Poniatowska, tanto de vida como de obra, eso sería todo. Además claro de la particularidad de la que ya hablé. El libro está narrado desde la profundidad y sentimiento del personaje; no es una interpretación. Eso hay que destacar. La voz auténtica y honesta de Elena Poniatowska.

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—En esa entrevista, ¿notó que la autora se reservó algo para sí?

—Yo creo que muchas cosas; no sé cuáles, ni cuantas. Pero sin duda guardó cosas, como usted lo haría si yo lo entrevistara. Pero también le diré que sucedió lo mismo con Gonzalo Rojas, ‘Memorias de un Poeta’. Aunque en todo momento hubo honestidad debo confesar que es un libro, si bien “completo,” los secretos son esenciales para las personal, de qué valdría una persona sin sus misterios. Así pienso que Elena, cuando le preguntaba, aguda e inteligente, en sus gestos guardar quizás lo que no me diría.

—Cuando la autora y usted tocaron en la charla el tema de ‘La Noche de Tlatelolco’, una profunda herida en la vida política y social de México, ¿cuál fue la perspectiva de ella, a la distancia?

—La herida, como usted lo dice, continúa en ella y en muchos otros que de algún modo lo han vivido, por más que se diga lo contrario. Creo que no sólo es un libro emblemático, es ya parte del inconsciente de la sociedad mexicana. Nadie puede ignorar ‘La Noche de Tlatelolco’, el título está entre nosotros. La herida que noté cuando hablaba aún sigue profunda… quiero decir que sigue avanzando. Elena, aun cuando atrapó el tiempo… quería, desde mi punto de vista, quiere que ese tiempo pase.

—Y como persona, ¿qué se ha llevado usted de esa cercanía?, pues usted le dedica en su libro una carta de agradecimiento muy enternecedora. ¿Qué atesora de la calidad humana de la escritora?

Su sencillez, su generosidad; la amistad para conmigo y para con muchos otros que llegan casi todos los días a tocar su puerta. De su palabra, las conversaciones siempre amenas, las sugerencias. Fue la primera vez que una escritora de su estatura, me llamó escritor; a ella se lo debo. Fue Elena Poniatowska, la mujer, la escritora, quien me dio el título de escritor. Así que eso se lo debo también y lo atesoro. Pasando a la anécdota, le debo también los cafecitos que llegué a tomarme en su compañía, y que Chabelita me hacía muy cariñosamente, y a Elena le acercaba té. Esas estancias en su casa, de horas prolongadas, a veces álgidas, a veces tranquilas… de conversaciones de gatos, de libros, de sentarme en esa modesta sala, donde siempre me invitó a saber de ella.

—¿Qué información no incluyó en este material? Quizá podría haber una nueva edición con aspectos nuevos.

—Hay cosas que sin duda se podrían decir. Le podría compartir que ahondaría en la muerte de su madre, a ella la marca; un poco más de la relación con su esposo. Hoy, valdría la pena descubrir esa faceta de abuela; valdría la pena ver hacia dónde perfila el carácter de escritora. Y los premios, por ejemplo; el Rómulo Gallegos, el Alfaguara, y la distinción del Premio Cervantes (2013), creo que esto es algo de lo que valdría la pana. Quizás le preguntaría: “¿En el fondo qué sentido tiene un premio, cuando la sencillez es totalmente universal?” Y eso, de algún modo, creo que es el premio que ella tiene por encima de cualquier otro.

El encuentro con un poeta…

—Maestro Ascencio, ¿qué encuentra usted en las biografías como instrumento de conocimiento para con una persona; cómo selecciona a estas personalidades para que aparezcan en sus libros?

—¡Híjole! En realidad soy yo quien se siente digno de aparecer en un libro de ellos. Le confieso que yo no elijo a los personajes, los personajes me eligen a mí. Le contaré una anécdota. Fíjese estaba un día en el barrio de Palermo, donde Borges solía caminar, cerca se encuentra una calle llamada ‘República de la India’, donde vive mi amigo Horacio Salas, poeta argentino a quien quiero y aprecio mucho. Poco después de la comida, me dice: “Haré una llamada. Oye, ¿vas a ir a chile, verdad?” Me pregunto, le contesté que sí. Se va a su estudio… de pronto asomó la cabeza, se notaba que sostenía el auricular, y me dice: “¡Esteban, acércate! ¡Gonzalo al teléfono!” Imagina… yo no conocía a Gonzalo Rojas. Ya cuando hablé con él, me preguntó: “¿Cuándo vienes?”, y acordamos vernos en su casa. He de confesar que yo sólo iba por una entrevista que había pactado publicar con un diario en México. La charla dejó de ser modesta: se convirtió en ‘Memorias de un Poeta.’ Gonzalo me deslumbró. Era un poeta en toda la extensión de la palabra. No de aquellos de fingimientos o que sólo son poetas de lecturas con un verso más o menos hecho. No. Gonzalo pensaba como poeta, escribía como poeta, hablaba como poeta. Hasta le puedo decir que comía como poeta. Era alguien, desde mi punto de vista, superior. Un día, le cuento para reforzar esto, estábamos en el supermercado, comprando quesos, jitomates, vino; todo para la comida. Y ni así el gesto de poeta le desaparecía del rostro; eso es algo que no he vuelto a ver en ningún otro. El grado de poeta, si es que existe, no es sencillo alcanzarlo.

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La buena y la mala literatura…

—Maestro Esteban, ¿cómo considera el panorama actual de la lectura en nuestro país? Hay muchas campañas en este momento que nos invitan a dedicarle tiempo a las letras, veinte minutos al día, ¿considera esas iniciativas buenos intentos, es suficiente?

—Son una especie de trampas. Por ejemplo, es como si el banquero le hablara y le dijera que por su buena conducta crediticia le ofrece un préstamo. Y usted va muy feliz, casi con la estrellita en la frente. No es del todo malo, pero tampoco del todo bueno. Ahí comienza la trampa porque le dan dinero para que usted comience a deberles más de lo que le prestan. Así con la lectura: es una trampa pero en sentido inverso. Primero, porque veinte minutos son insuficientes como para incentivar lectores. ¿Cómo es que en un acto tan gozoso y sufrido muchas veces pueda limitarse casi por decreto tiempo de lectura? Como si veinte minutos fuera la regla exacta del aprendizaje y el placer por obtener algo de conocimiento. Resulta algo absolutamente incorrecto, desde mi punto de vista. La pregunta no es si leemos, sino qué leemos, ahí radica el asunto, y no creo que seas la cantidad ni la velocidad sino el entendimiento y la comprensión. Ayer mismo, hablaba sobre literatura, al término de la misma, se acercó a mí un joven que me pareció brillante: tendría entre 28 a 30 años. Conversamos casi una hora después de terminada la charla por la que había ido allí, y me dijo algo que antes escuche y que me estremeció de nuevo: “Es que te pagan por trabajar, no por pensar.” Este hombre me compartió parte de sus lecturas: Sócrates, Platón, San Agustín… me sorprendió su brillantez. Eso de los veinte minutos no corresponde a las necesidades del mexicano lector promedio.

—¿Cómo se puede incentivar adecuadamente la lectura a un pequeño?

—Con pasión. Yo no creo que, por ejemplo, un adolecente no pueda leer ‘Las Batallas en el desierto’ de José Emilio Pacheco. Con la orientación adecuada de un mayor, el niño puede comprender bastante bien, y además encontrar el gusto ya de manera más profunda por la lectura; con orientación. Me ha tocado dar cursos a jóvenes, entre los quince a los veinte años, y me dicen que a veces no entienden bien lo que leen. Empezamos a jugar. Soy medio histriónico y comienzo a escenificar la novela, y eso me ha resultado. Lo difícil es provocar que los jóvenes se acerquen a ella. Los libros, desde mi punto de vista, no sólo son necesarios, son también una necesidad urgente.

—¿Es verdad que existen malos libros; qué características tienen?

—Yo creo que al menos los libros que encuentro malos son los que no tienen el respeto por el lector. Alguien me dirá: ¿cómo se manifiesta este respeto? Bueno, piense usted en esto: “Por la tarde, fuimos a Insurgentes; caminamos más de dos kilómetros y nos encontramos con Carlos. Carlos nos llevó al departamento de Luis, y al subir, encontramos una fiesta: todos bebiendo cerveza. Lo hicimos nosotros igual. Hacia las diez de la noche, nos fuimos. Yo dormí con una cruda espantosa. A la mañana siguiente, me levanté con un dolor de cabeza que no aguantaba…” Eso… a mí me parece que no podría llamarse literatura.

—Es decir, la mala literatura, ¿sería aquella que intenta sembrar una moral predeterminada en el lector?   

De algún modo, aunque es más que eso.

—¿Cierto?

Sí, de algún modo.

—¿Y la buena literatura es la que propone un tema y el lector interpreta?

Al menos para mí. Ernesto Sabato decía: “Hay buena y mala literatura.” No definiendo, por supuesto, si son buenos o malos libros. Habría que ver bajo qué circunstancia son malos y para quienes lo son. Además la “buena literatura” no tiene porque gustarles a todos. Pero leer si debería ser un derecho inalienable.

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—Maestro, usted que está al frente de una editorial, ¿cuáles considera que son las tendencias del mercado actual?

—Ninguna. La literatura está sujeta hoy a las tendencias del mercado actual, es, como una vez dijo un amigo: “¡Viva la industria editorial, muera la literatura!” Entonces la tendencia es: “Si lo que tú escribes vende, se publica.” Hoy ya no importa si uno escribe “bien o medianamente bien.” Es decir, si lo que tú haces, alguien o miles allá afuera te compran… lo que haces, me importa si es lo contrario no. Hace poco me dijeron que existía un libro llamado Troll, no sabía que existiera ni mucho menos de lo que trataba, y que se vende muchísimo. Y en ese libro los niños encuentran propuestas o indicaciones, o sugerencias como: “Tírate al piso y haz como que vomitas, o cosas así y así eres Troll…Ve y dile a una señora tal cosa y ya eres Troll…Ve y haz…” Hablábamos hace un instante de los malos libros; eso, por ejemplo, me resulta bastante desagradable.

—¿Cuál es su opinión sobre el libro electrónico? Se habla bastante hoy de este producto en el mundo editorial.

Bien, le diré que no sé mucho, no sé si yo algún día pueda leerlos. Como lector aun leo en papel impreso, como autor si se abre la posibilidad del libro electrónico pues bien venido, y como editor estamos ya en ese camino. A mí personalmente lo digo, me gusta el libro en las manos: tener esa comunicación casi corporal con él, desde el momento en que pasa uno la yema de los dedos, la palma de la mano sobre él, hojea, olfatearlo. Eso, dígame usted, ¿con qué asunto electrónico podemos sustituir? No. No estoy contra el libro electrónico. Por el contrario,Laberinto Ediciones tiene que hacer desde su modesta posición, lo necesario para llegar al libro electrónico. Sin embargo, no sé yo seguiré leyendo mis libros impresos. Hoy sigo comprando libros y compro libros uso, es decir, libros viejos. ¿Por qué? Porque encuentro en ellos todo el sabor, toda la consistencia, todo el humor.

—¿Considera que el gobierno perjudica o ayuda, a través de la carga arancelaria, el fomento de la lectura?

—El libro actualmente no está sujeto a un impuesto, sin embargo en el proceso de producción y en el proceso de comercialización los impuestos (en parte) afectan el costo de venta al público. Este es un tema complejo y complicado, no es únicamente quitando los gravámenes al libro como se formaran más y mejores lectores. La intervención del gobierno, ayuda tanto como afecta. Sin embargo, como hasta ahora debe legislarse.

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Futuros proyectos…

—¿Cuáles son sus futuros proyectos en su obra literaria?

Gracias, eso está mejor. Estoy trabajando una novela que está divida en tres partes. Reconocerlo, ni modo, pues yo los admiro, guardando proporciones… uno de mis más admirados es Marcel Proust, y que por supuesto también admiro, que no lo he leído completo, pero ya tenemos el pacto con él, de leerlo antes de que me vaya para otro lado, es Balzac. Yo quiero leer todo Balzac; alguien me dijo: “No, no tiene caso leer todo Balzac.” Pero, como “yo soy lector de obra completa,” leer a Balzac me resulta un desafío interesante e inteligente a la vez, así que lo voy a leer; tal vez no alcance a leer completo, pero lo intentaré. Entonces, la novela que estoy trabajando, gracias a maestros admirados y respetados como estos dos, es que me propuse, después de ver la extensión del texto, dividirla en tres partes. La novela se llama: ‘Los Misterios de la Pasión’. La primera entrega se titula: ‘Figlio ante el Espejo’. La segunda novela: ‘La Insolencia de Sofía; y la tercera que concluye esta trilogía, no me gusta llamarla así pero son tres, es: ‘La Cofradía de los Hombres Infames’. Y creo que hasta ahí le paro, porque eso de plagiarse a uno mismo resulta a veces… si ya de por sí somos la síntesis de todo lo que leemos, a veces no sé qué idea es mía y cuál de no sé quién. Los mecanismos de la mente, como dice Horacio Salas, funcionan de tal modo que en realidad uno ya se pierde en tanto. A veces digo: “¡Ah canijo, escribí ahora como tal!” “¡Ah canijo!, ¿ahora esto de quién es?”; “¿Esto no es mío o sí?” Estas tres novelas ya para mí serán lo último, como narrador lo digo, si es que alcanzo el título de narrador. No aspiro a más. No soy un hombre de premios, no estoy por ellos. Lo digo sinceramente, con modestia, no estoy formado para ganarme un premio. No pertenezco a cofradías. Creo que soy en ese sentido, un ente raro si usted me permite decirlo así, y sepa que me siento cómodo en este pedacito de ciudad, en el oriente de lo que es Iztapalapa.

          No me reúno con nadie, ni voy a las pasarelas, ni me gano premios, ni me formo, ni ando buscando becas. Ya lo hice una vez: pedí una beca al CONACULTA, pero fue imposible, intente pedir otra para poder escribir. Me di cuenta que te dan el incentivo si has ganado premios. Y yo decía, bueno y cómo voy a ganar premios si no quiero concursar. De algún modo, debes concursar para legitimar ciertos premios. ¿Qué pasaría si el escritor no quiere participar en premios, no le interesaran las distinciones?, que es muy utópico. Entonces los premios no tendrían sentido. El dinero que le dan a alguien por una novela por ejemplo, no le voy a decir mediocre, pero una novela que no toca ni ‘ton’ ni ‘son’, bien dividido, podría impulsar a un buen escritor; que los hay en México. Ahora que ando en estos viajes al interior del país, de pronto se acercan jóvenes y me leen sus textos o los invito a subir al estrado y leen sus escritos, a mí me parecen brillantes muchos de ellos. Esos jóvenes, pienso, deberían ser becados y no premiados quienes son premiados. Le voy a contar una anécdota. Yo que ando diciendo que no voy a las pasarelas, fui una vez y quedé harto. Cuando salga esto me van a criticar, pero no me importa. Me invitó un amigo que había ganado un premio y me desilusioné mucho; no aguante, me salí antes. Lo confieso, palabra de honor, ¿por qué digo esto? Cuando pasaron a escenificar algunos actores mexicanos un fragmento de la obra premiada de algunas personas… yo me quería matar de vergüenza. Como si la vergüenza fuera un puñal, me la clavé. Ya que no vi cerca de mí a nadie que se avergonzara… de tanta vergüenza que nadie pelaba, dije: “alguien debe tenerla.” Y fui con ella, me la clavé y salí. Porque no era posible que la literatura pudiera reducirse a un diálogo como éste: “¿Entós qué parejita, cómo ves? ¿Pues deberíamos madrearlo, no?” Y entonces, recordé aquello que un día dijo Onetti: “Si las palabras que vas decir no son superiores al silencio, no las digas.”  Pero aquí no hay respeto; lo que menos hay es respeto para la literatura. Lo que yo escribo, con mucha modestia lo digo, no sé si alcance el grado de literatura, pero lo hago con respeto y con mucho cariño, con mucho respeto para quien me lee, si es que me lee, pero sobre todo para mí mismo.

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Sobre los nuevos escritores…

—Maestro, ¿cuál sería la recomendación, el consejo que le da a los nuevos escritores?

—Que escriban y que corrijan. Que corrijan más.

—¿Qué lo hagan sin pensar en los premios, ni en esas cosas?

—Sin duda. Mire, le diré algo. Hace poco un amigo me llamó y me dijo: “Oye, estuve con fulano de tal, otro amigo escritor, y me dijo que te ha ido bien.” No sé si me vaya bien, pero debo decirle que hoy vivo de la palabra, de la dicha y la escrita. Es decir, como muchos otros escritores no soy la excepción. Debo cobrar por asistir a un evento porque de eso vivo. Vivo para la literatura y la literatura me hace vivir. Parte de mi tiempo lo dedico a las letras: buenas o malas, ya el lector lo dirá, pero sin duda son muy respetadas por mí, y así las expongo y las digo.

¿Cuál es el reto de Laberinto Ediciones en este momento?

Su desafío mayor, si es que lo tiene, es seguir adelante, continuar editando. Laberinto Ediciones busca no pertenecer, lo digo sinceramente y con mucho respeto para las editoriales que se llaman independientes… habría que ver independientes de qué o cómo. Somos una empresa, modesta, cierto, pero una empresa que busca alianzas, ¿cuáles son éstas?: coediciones. El mayor desafío es seguir editando libros, tratando, en la medida de nuestras posibilidades, de ofrecer lo que juzgamos a partir del modesto conocimiento que se tiene de la literatura. Y aquí lo entrecomillo: literatura que vaya en el perfil y concepto que tiene Laberinto Ediciones. ¿Cuál es éste? Ofrecer poesía, que siempre se anda diciendo que no se vende; al menos nosotros vendemos lo poquito que editamos. Ofrecemos también ensayo, ofrecemos narrativa: que incluye novela y cuento. Y es lo que seguiremos haciendo con cariño: ofrecer literatura que tenga un sentido social. No estoy hablando de izquierdas o derechas, estoy hablando del sentido social, y esto para mí es el sacudimiento al lector: provocarle al lector que no sólo pase la vista por encima de las palabras, sino que reflexione con ellas y acompañe al escritor.

—¿Qué mecanismo debe seguir un nuevo escritor que desee pertenecer a Laberinto Ediciones? ¿Cómo puede ponerse en contacto con ustedes?

Bueno, pueden dirigirse a través del correo: laberintoedicones@yahoo.com.mx  en atención directa a mí. Yo reviso siempre toda mi correspondencia. Como en todas las editoriales, hay un comité que dictamina. ¿Qué pedimos? Que tenga los mínimos de rigores gramaticales, de sintaxis, de puntuación, de ideas, de imaginación. Propuestas, si no novedosas y únicas, si que se muestre la manera de ver el mundo, de verse a sí mismo, de conceptualizar a partir de la experiencia que se tenga, piense por ejemplo en la soledad, el amor, la felicidad, la vida, la muerte. Creo que en ese sentido, la gente que nos envíe algo, nosotros con mucho gusto lo vamos a considerar. Estamos por publicar a plumas nuevas y ya conocidas, como el poeta y ensayista Juan Domínguez Argüelles; también estará René Avilés Fabila, y Bruno Estañol.

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—Por último maestro, para finalizar esta conversación que le agradezco mucho por su atención, amabilidad y sencillez, ¿podría decirnos por qué es importante seguir cultivando la literatura?, ¿por qué es importante para nuestra sociedad?

—Creo, y permítame este lugar común, para aspirar ser mejores, técnicamente más hábiles, pienso, pero también posibilita acercarnos a la felicidad. En un país de tanta violencia, me parece que la fórmula para evitar esta desintegración, esta deshumanización, como ya apuntaba Sabato hace muchos años, no hay otra, me parece, que la lectura en parte es una posibilidad, al menos los mantendría ocupados. El libro es el instrumento, el escudo contra toda esta podredumbre. Piense usted en lo que hoy llaman el crimen organizado; piense usted en cuánto joven que entre ellos se mata; piense usted en la violencia verbal que nos acomete por el flanco izquierdo, el derecho, por la retaguardia o el frente, cuando se mira la televisión; piense usted en la desinformación que nos obligan a ver en los noticieros; piense usted en las malas traducciones que escuchamos en una película; piense usted en las personas que dirigen el destino de este país, que por desgracia nos llevan casi siempre a un callejón sin salida, y ya no le digo más…

Y con estas palabras dimos por terminada la charla con el maestro Ascencio, un incansable escritor que va más allá de las propuestas convencionales de la industria editorial, un hombre que promueve el amor por las letras, por esos libros que se convierten en compañeros y amigos inseparables del lector. Su labor se disgrega no sólo en sus obras sino también en las conferencias que imparte en distintas regiones del país; en esas charlas rescata la importancia de la lectura para cada persona que ve en la cultura la oportunidad de transformar su vida, la posibilidad de darle un sentido pleno.

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