LA VIRGEN DE GUADALUPE. Tradición, polémica, historia de un pueblo.

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La festividad de las Apariciones de la Virgen de Guadalupe es una de las más notorias por su tradición y rasgos culturales en el corazón del pueblo católico mexicano. Se cumplen este 12 de diciembre, 485 años del origen de esta historia que sigue despertando todo tipo de debates y sentimientos. Más allá del aspecto religioso, se crea o no en ella, su presencia nos define como un pueblo mestizo. El matriarcado es un rasgo esencial en nuestra educación cotidiana y aún más en la religiosa. María, como Madre Virgen en la teología cristiana católica, representa el medio por el cual se llega a Cristo: a través de ella, el misterio de la encarnación es más lógico, y por tanto, entendible.

Según la tradición, La Señora del Cielo se reveló al vidente Juan Diego en la ermita del Tepeyac, entre el 9 y 12 de diciembre de 1531. De todos es muy conocida la historia de dichas mariofanías, referida en el códice Nican Mopohua (“Aquí se cuenta”) en aproximadamente treinta y seis folios, publicado, según algunas estimaciones, entre 1549 o 1560. Antonio Valeriano es considerado por la tradición como el autor del documento. Se especula que pudo escuchar el testimonio de labios del vidente o que plasmó por escrito la tradición oral de los pueblos. De él se sabe que nació en Azcapotzalco y que fue un distinguido alumno fundador del Colegio de la Santa Cruz de Tlaltelolco, institución de la que sería profesor y director. Se desempeñó además como colaborador del fraile e historiador fray Benardino de Shagún; ocupó los cargos de juez y gobernador indio de México por un lapso de 35 años. A su muerte, acaecida en 1605, fue sepultado en la Capilla de San José, situada en el Convento de San Francisco de la ciudad capital.

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El Nican Mopohua se trata de un relato piadoso de tinte poético, en el cual, un indígena entabla conversaciones con la madre de Dios para que sirva como su intermediario. Es necesario, según el mensaje revelado, que se edifique un templo en la ermita del Tepeyac, donde ella podrá impartir protección y misericordia a sus hijos penitentes. Ante el escepticismo de las autoridades religiosas, se le ordena al vidente que le pida una prueba a La Señora del Cielo, quien elige un manto de rosas que deben ser mostradas sólo al obispo Fray Juan de Zumárraga. Con ellas, y ante la presencia de algunas personas dignatarias, la imagen de María Virgen se revela en su tilma como el testimonio de la verdad sobrenatural. De este documento se han hecho diversas traducciones de náhuatl al español, por lo que hay variantes en las expresiones de los protagonistas de la historia, aunque todos convergen en el mismo orden cronológico de los acontecimientos. Una de las copias de este códice se encuentra en la Biblioteca Lennox de New York, en los Estados Unidos, donde llegó por medio de una subasta.

El relato hace evidente que Juan Diego, hoy santo de la Iglesia Católica, era una persona sencilla, humilde, sin formación académica alguna. Rasgo que es el común denominador en otras mariofanías, como en Portugal y en Francia, en donde los mensajeros pertenecen a las extracciones sociales más desfavorecidas, lo que hace prácticamente imposible su conocimiento y dominio de la teología, así como su capacidad de crear un engaño. Pero este perfil del santo cambió considerablemente cuando se construyó la biografía ‘oficial’ de El Águila que habla, de Juan Diego Cuauhtlatoatzin. Nacido al parecer en 1474, en Tlayacac de Cuautitlán en el Estado de México, fue descendiente de la nobleza azteca, especialmente del linaje de Nezahualcóyotl, el Rey Poeta. Se formó desde pequeño en las artes, la filosofía, la astronomía.

Desde que tuvo uso de razón se opuso a los sacrificios humanos, al ver en ellos una injustificada violencia y paganismo. Además, fue dueño de considerables tierras y señoríos; más tarde, abrazó el cristianismo. En el afán de justificar su existencia, se echó mano de documentos que transformaron por completo la identidad del indígena que el pueblo mexicano ya llevaba en su memoria colectiva. Lo cierto es que en la actualidad, para el creyente promedio, Juan Diego sigue siendo el humilde siervo que la Virgen eligió por su honradez y buen corazón para realizar el milagro de las rosas.

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Ya son en la práctica, casi quinientos años en que los antiaparicionistas insisten en desmentir este relato para probar que la Virgen de Guadalupe es una farsa cristiana. Resulta sorprendente que algunas de estas declaraciones procedan de altas autoridades de la curia religiosa. Para ellos, la tradición guadalupana está basada en una pintura atribuida a un tal indio Marcos, pero sin apellido alguno; aunque se piensa en Marcos Aquino o Marcos Cipac, gran artista de la época. La ambigüedad de las fuentes en el verdadero nombre de este artesano de la imagen, hacen dudar por igual de dicha aseveración. Si el aparente milagro se tratara de una obra de arte, sería incomprensible la ausencia de los bocetos correspondientes. Lo cierto y comprobable a la fecha es la destreza artística de la que gozaba dicho personaje, pues fue el encargado de pintar réplicas de la Virgen morena cuando su culto se hizo popular en distintos hogares españoles, avecindados en el corazón de la capital. Sin embargo, ninguna de sus copias obtuvo la exactitud del original, si es que se tratase del verdadero autor.

El argumento más fuerte del que se echa mano para desmitificar a la Guadalupana, es que ni Fray Juan de Zumárraga, máxima autoridad religiosa de la época, ni la orden de los franciscanos, dejaron un testimonio por escrito de tales apariciones milagrosas. Y esto es cierto: hay un gran silencio en torno a dichos hechos. Es probable que la presión del Tribunal del Santo Oficio hiciera que más de un clérigo no creyera en la aparición; máxime al notar que la doncella que se mostraba impresa en la tilma (hoy se sabe que es de agave) perteneciera a la raza mestiza. Nada más vergonzoso para los españoles que admitir que la Madre de Dios fuera idéntica a las “criaturas” que eran producto de sus relaciones extramaritales con sus esclavas indígenas.

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Más allá de disputas, la Virgen de Guadalupe es referente de la historia de México, aunque el odio por la religión en su evidente anticlericalismo que niega sus rasgos positivos en la cultura y el arte, trate de olvidarle en los libros escolares. Pero ella ha estado ahí: en los movimientos fundacionales de los períodos claves de la patria misma. Del icono que hoy moviliza a millones de mexicanos católicos en varias partes del mundo, se hablará siempre. Sin embargo, pincel humano o divino, la imagen representa a la Virgen María.

Para la Iglesia Católica, si un devoto le canta, le reza, le ofrenda flores y veladoras, no existe contradicción en su fe, dado que representa o hace referencia a un ser espiritual en el cual se cree, así sea o no cierta la leyenda de su aparición. La institución no impone la fe en ella, pues asegura que el culto de las distintas mariofanías (apariciones diversas de la Virgen en el mundo) forma parte de las Revelaciones Privadas. Dicho en otra forma: si un creyente católico duda de su milagro, esto no representa incongruencia alguna en su amor a Dios, ni obstaculiza el camino hacia su salvación. En dicho entendido: María es la Madre del Verbo; pero sólo Él, a través de su Carne y Sangre en la Eucaristía, salva.

Al final de cuentas, el milagro siempre ha estado presente ante nuestros ojos. Un pueblo converso al cristianismo, ya no por la espada, sino por un sistema matriarcal-espiritual. Algunos lo llaman alienación de masas, otros, simplemente, profesión de fe. No olvidemos que México sigue en constante transformación y que hereda sus tradiciones de manera generacional. En la cultura mexicana, “La Morenita del Tepeyac”, como la llamó amorosamente el Papa Juan Pablo II, representa un sincretismo muy fuerte, que nos guste o no, explica en mucho la identidad de esta gran nación mestiza, que es rica en folclore y tradiciones.

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La devoción hacia ella ha llamado la atención de intelectuales como Ignacio Manuel Altamirano u Octavio Paz, quienes no dudaron en reconocer que María de Guadalupe está en el corazón de un país que busca consuelo y ayuda. La Virgen de Guadalupe no pasa desapercibida para ningún mexicano ni creyente; ella sigue presente en su misterio, que no deja de ser, al mismo tiempo, el de sus hijos que le quieren y arropan en busca de su propia salvación.

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